Allá se los comen con patas de pollo
Crónica
Por Luis Miguel Aragón
¿Le pone mantequilla al elote? Le pregunté. No, me dijo, esos ya están cocidos con mantequilla. En otros lugares de México le untan mantequilla, repetí. Sí, allá se los comen con patas de pollo, pico de gallo y muchas otras cosas, señaló el vendedor mientras vertía el elote de grano en el vaso, y lo complementaba con mayonesa, queso y chile en polvo. ¿Usted de dónde es? le preguntó Patricia mientras se le hacía agua la boca esperando que le dieran su elote preparado. Soy de Oaxaca, le dijo, pero viví muchos años en México. Bueno, mi amá nació en Puebla y papá en Oaxaca, no en la ciudad, en un rancho. Marcó la frase mientras movía el contenido del vaso, parecía cómo si hubiera sincronizado su plática con la elaboración del elote, no quería que se le adelantara, ni una ni otra actividad. ¿Hace cuánto que no va para su tierra? Siguió con la entrevista Patricia. El elotero se ve entusiasmado con la pregunta y dice, tenía 35 años que no iba, ya no me acordaba de nada, el pueblo se está hundiendo. El señor mueve los brazos hacia el piso representando lo que con palabras había dicho. Mi papá nos pegaba mucho, pues era militar, ya sabe usted que esa gente es de carácter fuerte, dijo, mientras le entregaba el elote a Patricia. Otro igual, dijo la entrevistadora, era probable que el segundo vaso lo había pedido solamente para seguir escuchando la historia. Para que no se rompiera el hilo y que el vendedor continuara con su narrativa. Patricia ya con más confianza le pregunta. ¿ Y su papá ya murió? No, allá vive en Oaxaca. Esto parecía un juego de tenis, de esos en que no cae la pelota. O una pelea de box, de toma y daca. En este caso de pregunta y respuesta, pues no se distinguía cual de los dos se emocionaba más en su participación. Tenía 35 años de no ver a papá, dijo, mientras preparaba la segunda venta de ese rato. Pensé que ya no vivía. Sin dar tiempo que entrara otra pregunta continuó, mis hijas me subieron al Feis, con mi nombre, Valente Cruz. Por fin se desvelaba el nombre del protagonista de la historia. A los tres días, una señora nos contestó preguntando, ¿Quién busca al señor Eleodoro Cruz? Yo mero, le contesté¡ Y usted quién es? Soy Valente Cruz, su hijo. Ah, somos hermanos, pues papá vive en el rancho, si quieres ir a visitarlo, nomás que quita eso que pusiste en el feis, porque puedes poner en riesgo a papá. Ya muy entrados en confianza y para completar la historia, Patricia le dice: ¿Y su Mamá, vive? Pues unos dicen que ya se murió, otros dicen que aun vive. Sin cambiar el tono, pero exagerando las gesticulaciones, Valente dice, mi amá me abandonó cuando tenía 3 años dos meses, me dejó en una tina con agua. Papá le pegaba mucho. La cucharada que llevaba Patricia a la boca, la regresó, pues había tocado líneas sensibles. Esto la hizo aguantar la próxima pregunta, de hecho pensó en terminar la entrevista, pero el propio Valente siguió con su narrativa, diciendo, sí fui a ver a papá, cuando llegamos, mi hijo Valente y yo, en el aeropuerto ya me esperaba una sobrina, ella nos indicó qué camión tomar hacía Oaxaca y nos dijo que nos esperaría otro familiar en la central camionera para subirnos al taxi y llevarnos al rancho. Valente armó bien su crónica pues contó que cuando llegó a Oaxaca, se le acercó una jovencita y le dijo, ¿usted es Valente ? Sí, respondió moviendo la cabeza, mucho gusto tío, soy Juana Margarita, hija de su hermana Trinidad, ¿gusta un café ? No, gracias, almorzamos en cuanto llegamos, traíamos muncha hambre, señala que muy amable Juanita, los acompañó con el taxista que también ya lo esperaba para llevarlo al lugar donde había nacido. Cuando llegamos a la casa, ya en el rancho, cuenta Valente ya con más entusiasmo, que el taxista gritó, Don Eleodoro¡ Don Eleodoro¡ Aquí le dejo a esta persona que lo quiere ver. Hace una pequeña pausa mientras que Patricia le pasa un billete para que se cobre los elotes. Apurado le regresaba el cambio, Valente sigue narrando, -pues no iba permitir que le interrumpieran el clímax de la historia- Salió una señora de la casa y preguntó, ¿Qué se le ofrece? Pues busco a papá, soy Valente. Señala que la señora de inmediato pegó el grito, Eleodoro, ven te busca tu hijo. Y desde adentro de la casa le respondieron, Dile que pase, ¿pa que lo dejas afuera?. No, es Valente, tu hijo perdido. El narrador se emocionó de más e hizo una pausa más larga, pasó un trago de saliva y expresó que papá le dijo, pensé que ya te habías muerto hijo, ¿por qué no avisaste que venías ? Pa prepararte una buena comida. Con gusto destacó Valente, papá nunca se queda quieto, y mientras estuvimos allá no trabajó, se dedicó a atendernos. Bueno, una vez sí me pidió lo acompañara, para llegar a unos terrenos y me dijo, Valente quiero que escojas un terreno, el que más te guste. Yo le dije, no vengo por un pedazo de tierra. Estoy aquí pa verlo y estar con usté. el pedazo que me tocaba véndalo y disfrute de ese dinero. Nomás que para que no se sintiera le dije que vivo feliz en La Paz, con mis dos hijos y mi esposa, y mis dos trabajos que tengo, pa mantenerlos. Ya en tono más lento compartió, cuando se cumplieron quince días, le dije a papá que me tenía que regresar, él dijo, quédate más tiempo. No puedo, le contesté, ya tengo que estar con mi familia… Son las once de las noche y Valente da por terminada la plática. Pues tiene que seguir con su venta, aun le queda un tercio de la olla donde lleva el elote. Antes de empujar el triciclo, apagó una lámpara led que el mismo adaptó en el techo del móvil, y ya en marcha dijo, ahora cada semana le llamo a papá y platicamos largo y tendido. Hizo una pausa, tomó aire y expresó: vámonos, porque a las 7 de la mañana entramos a la chamba, no dijo cual era su otra chamba, lo que sí quedó claro, es que le gusta trabajar y estar con su familia, eso sí.