Las misiones californianas fueron espacios creados por los jesuitas para albergar a los nómadas californios y proceder a su evangelización, con el paso del tiempo se convirtieron en poblados que sostuvieron la vida y el progreso de esta península.
En el año de 1721, los jesuitas se dispusieron a lanzar una ofensiva colonizadora hacia las tierras al sur de La Paz, territorio habitado por los belicosos pericúes, al cual era necesario ingresar en la búsqueda de sembrar una Misión que sirviera como punta de lanza en la cristianización de aquella región. El sacerdote seleccionado para tal hazaña fue el padre Ignacio María Nápoli el cual hacia escasos 4 meses que había llegado a tierras Californianas, pero ante la necesidad de realizar esta obra y la carencia de otro misionero con mayor experiencia para realizarla, fue seleccionado por el padre Juan de Ugarte.
A principios del mes de agosto partió de Loreto con rumbo a la Misión de La Paz, y después de una corta estancia, partió de ahí acompañado por el sacerdote Jaime Bravo, responsable de esta misión, el cual lo ayudaría a establecerse en la nueva fundación. Algo que sobresale de la curiosa personalidad del padre Nápoli es su característico idealismo con el cual describía los parajes por los que iba transitando, en los escritos que redactó, se aprecia que comparaba el monte del sur de la península con la campiña más hermosa de los bosques europeos, e incluso llegó tanto su “creativa descripción” que llegó a asegurar que estas tierras recién exploradas podrían dar sustento a todas las misiones Californianas.
El sitio al cual se trasladaron quedaba en una hermosa bahía a la cual había llegado el padre Bravo en el año de 1708, empujado por un temporal, cuando trataba de explorar la isla Cerralvo. Este sitio le sorprendió por la gran cantidad de palmeras que lo rodeaban, de ahí que le pusiera como nombre “Ensenada de las Palmas”, así como por lo agradable del terreno y la gran cantidad de pericúes que lo habitaban. Llegaron a este sitio el 24 de agosto de 1721, siendo precisamente esta fecha la que se toma como el día de la fundación de la Misión, la cual llevó por nombre Misión del Apóstol Santiago.
Después de los primeros encuentros con los naturales que habitaban este paraje, los cuales se mostraban recelosos del sacerdote puesto que llegó acompañado de Guaycuras, los cuales eran enemigos acérrimos de los pericúes. Sin embargo tras demostrar sus buenas intenciones, inició su trabajo de evangelización y colonización en aquellas tierras. Aproximadamente a los 2 años, decide cambiar el sitio de la misión a otro que encontró más propicio y que se encontraba a las faltas de la Sierra de la Laguna. Este nuevo lugar era llamado “marinó” por los pericúes. En sus posteriores exploraciones, Nápoli logró encontrar un nuevo sitio al margen de un arroyo el cual llamaban los pericúes “Aiñiní” y decide cambiar de nuevo la misión a este sitio, en el año de 1724. En este lugar de tierra fértil, la cual era bañada por esta fuente de agua así como una gran laguna que se formaba en ciertas temporadas, la misión empezó a prosperar. Poco a poco, con la ayuda de los catecúmenos empieza la construcción de un templo de piedra el cual fue sufragado con el dinero que aportó el Marqués de Villapuente, uno de los grandes benefactores de las misiones Californianas. En la actualidad este templo no existe. Fue sustituido por uno más moderno construido durante el siglo XX.
En el año de 1734, esta misión fue el epicentro de la gran rebelión pericúe que inició con el asesinato de dos sacerdotes, uno de ellos, Lorenzo Carranco, el titular de la Misión de Santiago en aquellos años. Tras una campaña de represión por parte de las fuerzas militares españolas, la rebelión fue sofocada y sus cabecillas muertos. Lamentablemente, como si fuera una maldición lanzada sobre este sitio por el infame martirio al que sometieron a los dos sacerdotes jesuitas que murieron en la pasada revuelta, en los años de 1742, 1744 y 1748 se esparció sobre los californios que habitaban el lugar, una serie de epidemias que acabaron con la vida de casi todos ellos. Para venir a completar este lamentable cuadro, se sumó un asesino silencioso, la sífilis. Esta enfermedad fue transmitida por alguno de los visitantes que llegaron con las exploraciones de la península y cundió de forma voraz entre los naturales, matando a miles de ellos.
En un intento de promover el poblamiento del lugar, se cambia la cabecera de la Misión a la visita de Caduaño en el año de 1779, sin embargo el declive ya era irreversible. Para el año de 1795 se declara abandonada la misión del Apóstol Santiago de Aiñiní.
Años después, debido a la fertilidad de su tierra, la agricultura y ganadería renacen, convirtiendo este sitio y sus zonas aledañas, en un emporio del cultivo de la caña de azúcar y la producción de panocha, lo que permitió el resurgimiento de Santiago pero ahora ya como un pujante y trabajador pueblo colonial.
Bibliografía:
Misiones Peninsulares – Carlos Lazcano Sahagún.
Misión de Santiago Apóstol, donde el tiempo se detiene – Sealtiel Enciso Pérez