La empresa de colonización de las californias fue dejada en manos de los jesuitas por parte de la Corona Española. Mediante una Real Cédula signada por el virrey Don José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma, autorizaba a la Compañía para que se trasladara a la California e iniciara el proceso de evangelización y colonización de estas tierras pero sin que la corona tuviera la obligación de aportar dinero alguno en este proceso. A pesar de lo desventajoso de la situación, los sacerdotes Kino y Salvatierra emprenden la ardua tarea procurando financiar esta incursión con donativos de almas caritativas entre los ricos de la Nueva España así como aportaciones de algunos colegios religiosos.
Los jesuitas han sido reconocidos mundialmente por ser una orden en la que se acrisolaron una gran cantidad de eruditos en todas las ciencias además de grandes pedagogos, ya no se diga del gran celo y fortaleza que insuflaban a sus actividades misionales las cuales sólo a muerte de sus misioneros las podía detener. Sin embargo para lo que no estaban preparados estos ignacianos era para interactuar con la gran cantidad de comerciantes voraces y fraudulentos con los cuales obligadamente debían de comerciar ya sea para adquirir bastimentos y demás utensilios necesarios para su obra misionera así como la compra de barcos para poder trasladar su carga, en este caso, hacia la California.
Desde el principio de la expedición este tipo de acciones taimadas por parte de abusivos comerciantes y navieros se llevaron a cabo. A continuación transcribo información que proporcionó el sacerdote Francisco Javier Clavijero al respecto: “Estaba para concluir la novena y con ella los víveres, cuando llegó un buque nuevo y grande llamado San José, construido por un comerciante de Nueva Compostela y procedente de Chacala con las provisiones que el padre Ugarte había enviado de Méjico para la misión, y siete soldados voluntarios. Como se creía que el buque de la misión había perecido, quiso el padre Salvatierra comprar este, que le pareció bastantemente bueno. El patrón que por la experiencia adquirida en aquel viaje sabía que estaba mal construido, convino de buena gana en la venta, y usando de mil engaños lo contrató en doce mil pesos, que debía pagar en Méjico el padre Ugarte. Descubierto de allí a poco el fraude, se gastaron otros seis mil pesos en componer el barco, que sin embargo de esto, en el primer viaje averió toda la carga, y en el segundo se fue a pique en Acapulco, donde por necesidad se vendió en quinientos pesos, con gran pérdida de la misión”.
Este tipo de fraudes que experimentaron los jesuitas se repitieron con frecuencia, incluso ya en el año de 1720, a casi 23 años de haberse iniciado la evangelización permanente de la California aún había mucha desconfianza cuando se intentaba adquirir algún barco en la contracosta. Lo anterior también lo consigna el jesuita Clavijero en su obra: “Quería también el padre Ugarte reconocer la costa occidental de la península en busca del puerto tan deseado por el rey y de nuevo encargado por el virrey para los navíos de las islas Filipinas. Mas para ejecutar estos proyectos se necesitaba un buque grande, fuerte y seguro, cual no se encontraba en aquellos mares, ni tampoco podía mandarse construir en los puertos de la Nueva Galicia ó de Sinaloa sin exponerse á los engaños de aquellos arteros bellacos”.
Este tipo de dificultades se debían principalmente por un lado al desconocimiento por parte de los jesuitas sobre cómo saber si un barco estaba en buenas condiciones así como descubrir los principales aspectos que debían de verificar, pero eso se hubiera solucionado contratando a un experto que realizara esta verificación. El inconveniente mayor era porque las dotaciones de dinero de las que podían echar mano para pagar el costo de este tipo de vehículos sólo les llegaba cada 2 o 3 años, incluso algunas tardaron décadas en llegar, y dado la premura que tenían de adquirir un barco con el cual poder trasladar los alimentos desde Sonora o Sinaloa hasta la península, se arriesgaban a adquirir barcos que les ofrecían en condiciones aparentemente muy ventajosas para los ignacianos, pero que lamentablemente a la postre resultaban en un timo como lo fue el caso descrito párrafos arriba.
No cabe duda que los jesuitas que laboraron en la California hacían gala de una paciencia como la de Job y trataban de la mejor manera que les era posible el solucionar los graves problemas que se les presentaba, tratando siempre de no claudicar en la gran epopeya misional emprendida.
Bibliografía:
Historia de la Antigua ó Baja California – Francisco Javier Clavijero