Por Raymundo León
Ya comenzaron las campañas políticas para la presidencia de la República, senadores y diputados, pero desde etapas previas hemos observado cómo desde precampaña e intercampaña, muchos aspirantes a esos cargos han centrado sus discursos en el señalamiento de posibles irregularidades en el comportamiento de sus adversarios.
De repente afloran todo tipo de dudas acerca de la calidad moral de los contrincantes, dentro y fuera de los partidos políticos, dudas y cuestionamientos que no se dieron antes de la competencia por las candidaturas y por los puestos que se anhelan tener, y que son una ofensa a la inteligencia de los ciudadanos, pues hay señalamientos, pero no denuncias, y obviamente lo que despierta suspicacias sobre todo esto es que antes esos comportamientos y fallas no se encontraban, o peor aún, se solapaban o no se querían ver.
Por supuesto que esto desacredita el quehacer político y lo convierte en “grilla” barata, muy lejos de lo que los ciudadanos esperan que es tener gobernantes y legisladores que vean por los intereses del país, de la colectividad, no de grupos ni de individuos.
La política entendida como la búsqueda del bien común se ve vulnerada por señalamientos públicos de unos contra otros que no hacen más que pensar que quienes aspiran a un puesto lo hacen por interés personal, familiar o de grupos, y no por el bienestar de todos los mexicanos.
El fuego amigo y la guerra sucia han sido el centro de los discursos en las precampañas y la intercampaña, lo que advierte que en la campaña formal que inició a partir del 30 de marzo y durará tres meses no será diferente, por lo que inexorablemente se llega a la conclusión de que hay que votar por el menos peor o de plano no votar.
Fuera del círculo de poder, hay una gran demanda colectiva de progreso en temas como la educación, la salud, el empleo, los servicios, la infraestructura, por lo que ojalá en el periodo de campaña este sea el centro del debate y el amarre de compromisos, y no el de vengar al pueblo de las corruptelas de los adversarios porque esto ni siquiera debería estar en la agenda de los candidatos si las instituciones investigaran y aplicaran la ley, en tiempo y forma, en todos aquellos casos en que sospeche que hubo conductas irregulares, sin esperar a que sean o no candidatos y haya una utilidad electoral para los afines al partido en el poder.
México no es el peor país del mundo ni el mejor de todos, pero si hay una aspiración legítima de su población de contar con políticos comprometidos con el orden y el progreso, con el ejercicio del poder conferido por las mayorías para avanzar en todos los rubros, sin titubeos, ni las distracciones que genera la tentación del manejo y administración de los recursos públicos.
Es terrible que el centro de los discursos, sobre todo de los candidatos presidenciales, sea acabar con la corrupción en el país porque denota que el problema es mayúsculo y en todos los niveles y filiaciones políticas, al grado de que hay quien afirma que liquidando la corrupción se podrá contar con los recursos suficientes para impulsar el desarrollo del país.
Y si bien ahora hay que darle seguimiento a los señalamientos públicos de los candidatos, dejando de lado la retórica y dándoles una forma legal, es fundamental que los candidatos hagan propuestas y compromisos serios, viables, concretos, libres ya del candado impuesto por las autoridades electorales que dicho sea de paso contribuyeron a este desorden, porque por un lado prohibieron la exposición de propuestas, pero dejaron la cancha libre para los altercados y la guerra sucia, que hoy más que nunca prolifera y se multiplica a través de las redes sociales sin ningún control.